EDUCACIÓN: RECURSO INDISPENSABLE
PARA EL DESARROLLO
A pesar de
que la mayoría de los políticos no lo ha comprendido, todavía, es indiscutible
que ningún país puede crecer si no tiene como prioridad la educación de su
pueblo.
En
principio, hay que reconocer y aceptar que el
factor económico, que determina la suerte de un país, siempre debiera estar
subordinado a los condicionamientos culturales y sociales de una nación.
En
segundo lugar, también hay que advertir que la clase
dirigente de un país es quien decide el valor que se le asigna a la educación y
a la economía, porque de ello depende cuánto y cómo se invierte en
educación. Por ejemplo: el fabuloso desarrollo que evidenció Japón en la
segunda mitad del siglo XX fue el resultado de la decisión de sus gobernantes
de invertir en la formación de su pueblo, desde jardín de infantes a la Universidad.
En
tercer lugar, es necesario admitir que, en las
democracias del mundo, es la gente, a través de sus representantes, quien
determina el valor de la cultura y la educación.
Sin
embargo, en nuestro país, ninguno de estos
tres principios colabora en el desarrollo de la educación y, por ende, en el
progreso económico, social y cultural del pueblo. Porque la cultura está
subordinada al poder económico; porque los dirigentes políticos no toman la
decisión de invertir en educación y porque la voz del pueblo no es interpretada
por sus representantes.
Ante
esta situación, ¿ cuáles son las acciones adecuadas que deben concretar la
clase política y los ciudadanos para revertirla?.
Hay
quienes consideran, equivocadamente, que un país debe ser económicamente fuerte
para poder destinar los recursos necesarios a la educación. Pero, la
realidad ha demostrado que, por el contrario, mientras más pobre sea un país,
más imperiosa será la necesidad de invertir en cultura y educación.
La
mayoría de los gobiernos que ha tenido nuestro país ha desestimado ese
requerimiento ya que la inversión en educación siempre evidencia
resultados a largo plazo y no les permite obtener inmediato rédito político.
Por
lo tanto, la ciudadanía debe tomar conciencia
de su derecho a exigir a los representantes una impostergable revisión del
presupuesto educativo.
En
síntesis, la educación es una responsabilidad
de todos que depende tanto de la decisión política de la clase dirigente como
de la concientización y el compromiso del pueblo para exigir un nivel de
educación que nos permita ser una nación libre cultural y económicamente.
Famosos
que no son ni hacen nada
Siempre
nos ha atraído lo que les sucede a los demás en su vida cotidiana y en
situaciones límite.
La
televisión, que dispone de sofisticados elementos para satisfacer nuestro afán
por espiar, ha terminado por abandonar la ficción y organizar espectáculos, con
apariencia de realidad, en los que convergen el anhelo de espiar con el de ser
espiado. De esa conjunción singular, nace el éxito que acompaña a los reality
shows, nacidos en otros países y que hoy invaden las pantallas de los televisores
argentinos.
Su
originalidad reside en que combinan, como afirman los organizadores, algo de
experimento social, algo de telenovela, surgida de una pretendida vida real y
algo de competencia.
Los que
están dentro del manicomio transparente, prisioneros de su propio
exhibicionismo, son envidiados por quienes se prestarían de buena gana a ser
manipulados con una inocultable dosis de crueldad. Como dice Umberto Ecco :
"Ahora la mayoría quiere estar entre los mirados, todos son ansiosos
aspirantes a ser ahorcados."
Se trata,
en esencia, de ser mirado, única garantía de celebridad. Curiosamente, quien es
espiado furtiva y ocasionalmente, se siente agredido; pero quien lo es en forma
permanente, adquiere el pasaporte a la ansiada fama. Sorprende observar cómo
esos jóvenes (los "chicos", a pesar de que están en la tercera década
de la vida), que no demuestran ningún rasgo especial que justifique que el
público se interese por ellos, transforman en celebridad instantánea la
experiencia de lavarse los dientes, bañarse y dormir semidesnudos ante las
cámaras, sin olvidar el llanto inconsolable que subraya casi todos los
diálogos. Evidencian, en la mayoría de los casos, una grosería inocultable y
una pavorosa pobreza de lenguaje, que traduce preocupaciones aún más limitadas.
Carentes pues, de cualidades especiales, sin hacer esfuerzo alguno más que
pretender mostrar su intimidad, esos jóvenes se transforman en ídolos populares
que terminan por firmar más autógrafos que los famosos de antaño. Resulta claro
que, como afirma el escritor español Ignacio Carrión, "lo que importa, al
final, es la fabricación barata de famosos. La fama es la meta. El mercado
demanda más y más famosos, a precio razonable".
Hoy, para
ser famoso, no hace falta ser ni hacer nada, basta con ser mirado.
Enrique Jaim
Etcheverry en La Nación de Buenos Aires, 26 de abril de 2001
Los adultos hablamos sobre los niños,
los adolescentes, los jóvenes. Pero escuchamos poco lo que ellos y ellas tienen
para decirnos. Doble esfuerzo
cuando se trata de niños, adolescentes y jóvenes pobres. Porque, además de la
diferencia generacional está la diferencia social.
Todo intento real de comprensión
de un problema requiere la capacidad de reflexionar, de detenernos a escuchar.
Desafío difícil cuando priman los contextos conflictivos sobre los solidarios y
cooperativos, cuando la desigualdad prima sobre la justicia.
Porque cuando nos sentimos
violentados cotidianamente, no estamos dispuestos a escuchar; estamos predispuestos
a descargar violencia. Y la violencia se derrama fácilmente hacia abajo, se
multiplica.
Y abajo están los niños, las
niñas y adolescentes pobres. Todo adulto que se precie de ser responsable de
sus propias opiniones y de saber escuchar al otro, podrá descubrir que los chicos
y las chicas que pueden estudiar, trabajar,, descubrir su sexualidad con
información, orientación y sin miedos, optan por esto y no por el delito.
Y si se esgrime el argumento de
que hay algunos que "optan" por el delito y que merecen una pena,
tendríamos que tener certeza sobre dos cosas: primero, afirmar que ese niño o
joven tuvo aquellas otras opciones previamente; segundo, ser consciente de que
una pena (internación, tratamiento) que no es adecuada a las necesidades de
quien la
sufre y respetuosa de su
identidad personal y social, sólo logra reproducir la violencia.
Cuando se reflotan proyectos para
bajar la edad de imputabilidad de niños y adolescentes, cuando se hegemoniza en
el poder político y en el poder
económico un proyecto que agudiza las desigualdades sociales... ¿Estamos
construyendo democracia o una sociedad más violenta?.
Si
nos sentimos ciudadanos, responderemos honestamente. Exigir respuestas al estado, en
tanto garante de los derechos de la ciudadanía, es ineludible.