jueves, 25 de junio de 2015

Compensatorio de las obras de teatro.....

Atención: este es el único trabajo que salva, la comprobación de lectura del martes pasado (24/6) La fecha de presentación será para el próximo 30/6

1) Lea el mito de Prometeo* y compare cómo se relaciona con la tragedia de Esquilo. ¿Qué sucesos del mito son recreados en la tragedia que presenta Esquilo? Personajes, marco referencial, conflicto, finalidades de cada género.
2) El concepto de héroe trágico es por definición, alguien que se desvía de la norma y que nos obliga a replantear los parámetros con los que solemos enfrentarnos al mundo. Es un personaje dotado de alguna capacidad física o mental sobresaliente, que realiza acciones más o menos gloriosas que confirman su condición heroica. Suele ser víctima de su propia desmesura. A esa ruptura de la medida, que se manifiesta en las reacciones coléricas e intempestivas del héroe, supone consecuencias funestas y desdichadas para él y para sus allegados.
Determine cómo se cumplen estas condiciones en Prometeo.
3) Resuma en una o dos oraciones, el contenido de cada uno de los episodios que conforman la obra. Justifiquen por qué se incluye el mito de Ío en el episodio III.
4) Extraigan las ideas políticas, filosóficas y religiosas o morales que se plantean en cada estásimo.
5) Nombren a los personajes que se apiadan de Prometeo y a los que no lo hacen. ¿Por qué ninguno de ellos cuestiona el castigo?

“Una libra de carne”
1) Comparen las opiniones que exponen Defensor y Acusador respecto de la inocencia o culpabilidad de Elías Belúver. ¿Cuál es más convincente para ustedes? ¿Cuál es la que el jurado toma en cuenta?
2) Derive de la consigna anterior ¿cuál es la intención última que intenta demostrar el autor? Cite el pasaje textual que lo confirme.
3) Cuzzani es un autor que se caracteriza por escribir farsátiras. Investigue qué es una sátira y una farsa en términos literarios y analice qué elementos de ambas se observan en esta obra.
4) Planteen 2 posibles hipótesis que puedan explicar por qué Belúver tiene voz propia en esta obra.
5) ¿Cuál es la función que tiene el coro en una y otra obra? Justifíquenla con una cita textual de las obras

Compensatorio para desaprobados y ausentes (estos puntos los hacen todos, menos los tres alumnos que hicieron la comprobación)

1) Escriban el prólogo que tendría “Una libra de carne” con las características que tendría si se tratara de una pieza del teatro griego.
2) Redacten el Commós de esta obra, dándole voz a Elías Belúver.

3) Incluyan el posible diálogo que tendría Prometeo con Zeus y en el que el supremo dios, le comunique la razón de su castigo.   

Mito de Prometeo

Cielo y tierra habían sido creados; el mar se mecía en sus orillas y en su seno jugueteaban los peces; en el aire cantaban, aladas, las aves; pululaban en el suelo los animales. Pero faltaba aún la criatura en cuyo cuerpo pudiera dignamente morar el espíritu y dominar desde allí todo el mundo terreno. Apareció entonces en la Tierra Prometeo, vástago de la vieja estirpe de los dioses que Zeus destronara, hijo de Japeto, que lo era de Urano, nacido de la Tierra, dotado de gran ingenio. Bien sabía éste que en el suelo dormitaba la semilla del Cielo; por eso tomó arcilla, la humedeció con agua del río, la amasó y modeló con ella un ser a imagen de los dioses, señores del Mundo. Para animar este amasijo obra de sus manos, pidió a las almas de todos los animales cualidades, buenas y malas, y las encerró en el pecho del hombre. Entre los Olímpicos tenía una amiga, Atenea, diosa de la sabiduría, quien, admirada de la obra del hijo del Titán, infundió en la figura semianimada el espíritu, el hálito divino.
Así nacieron los primeros hombres, y no tardaron en multiplicarse y llenar la Tierra. Durante largo tiempo, sin embargo, no supieron cómo servirse de sus nobles miembros y de la divina chispa que recibieran. Miraban en vano, sin ver; oían sin oír. Vagaban como fantasmas, sin poder ayudarse de lo creado. Desconocían el arte de excavar las piedras y trabajarlas, de cocer ladrillos con barro, con los troncos caídos del bosque tallar maderos, y con todas estas cosas construirse viviendas. Pululaban bajo el suelo, en cavernas donde jamás penetraba el sol, como inquietas hormigas. No conocían las señales seguras anunciadoras del invierno, de la primavera con sus flores, del verano con su riqueza de frutos. Cuanto hacían era sin plan ni concierto.
Y he aquí que en Prometeo se despertó el interés por sus criaturas. Les enseñó a observar la salida y la puesta de los astros, las inició en el arte de contar, en el de la escritura; les enseñó a reducir a los animales al yugo y a utilizarlos como compañeros de trabajo; acostumbró los corceles a la brida y al carro, inventó barcas y velas para navegar. Se preocupó igualmente de los demás aspectos de la vida de los humanos. Antes no sabían éstos emplear remedios en sus enfermedades, desconocían los ungüentos que mitigan el dolor y no practicaban para cada dolencia una dieta apropiada; por falta de medicinas, los pacientes sucumbían miserablemente. Por eso, Prometeo les enseñó a mezclar medicamentos con que combatir toda suerte de enfermedades. Les enseñó luego el arte de la predicción, revelándoles los significados de señales y sueños, del vuelo de las aves y de los aruspicios. Además, les hizo dirigir la mirada al interior de la tierra y descubrir así los minerales metálicos: el hierro, la plata y el oro. En una palabra, les inició en todos los regalos y las artes de la existencia.
No hacía mucho que reinaba en el Cielo, junto con sus hijos, Zeus, que había destronado a su padre Cronos y a la antigua raza de dioses de la que también descendía Prometeo.
Y he aquí que los nuevos dioses fijaron su atención en el linaje de hombres que acababa de nacer. Le exigieron les rindiera homenaje, a cambio de la protección que pensaban dispensarle. Se celebró en Mekone (Sición), Grecia, ura asamblea de mortales e inmortales, y en ella se estipularon los derechos y deberes de los hombres. Como abogado de sus humanas criaturas se presentó en la asamblea Prometeo, con objeto de velar para que los dioses no impusiesen excesivas cargas a los mortales en pago de la protección otorgada. Pero su listeza incitó al hijo de los Titanes a engañar a los dioses. En nombre de sus criaturas sacrificó un gran toro, del cual los Olímpicos debían escoger la parte que desearan. Una vez despedazado, había hecho dos montones con el cuerpo del animal propiciatorio: de un lado puso la carne y las entrañas, con abundante grasa, atado todo ello en la piel del animal, y puso el estómago encima; del otro lado colocó los huesos mondos, envueltos hábilmente en el sebo de la víctima. Y este montón era el más voluminoso. Pero Zeus, el padre de los dioses, el omnisciente, vio el engaño y dijo: «Hijo de Japeto, rey ilustre, buen amigo, ¡qué desiguales has hecho las partes!». Creyó entonces Prometeo haberle engañado y, sonriendo para sus adentros, dijo: «Ilustre Zeus, el más grande de los dioses eternos, escoge la parte que el corazón en tu pecho te aconseje». Zeus sintió la indignación en su alma, pero cogió adrede con ambas manos el blanco sebo y, habiéndolo apretado y viendo los pelados huesos, simuló que hasta aquel momento no se daba cuenta de la superchería e, irritado, exclamó: «¡Bien veo, amigo Japetónida, que no has olvidado todavía el arte del fraude!»
Resolvió Zeus vengarse de Prometeo por su engaño, y negó a los mortales el último don que necesitaban para alcanzar la plena civilización: el fuego. Más, también aquí supo componérselas el astuto hijo de Japeto. Cogiendo el largo tallo del jugoso hinojo gigante, se acercó con él al carro del Sol que pasaba y prendió fuego a la planta. Provisto de aquella antorcha bajó a la Tierra y pronto la primera hoguera flameó hacia el Cielo. Fue el Tonante quien más se sintió dolido en el fondo del alma, cuando divisó a lo lejos el resplandor del fuego elevándose de entre los hombres. Inmediatamente, y para reemplazar el uso del fuego, que no podía ya arrebatar a los mortales, ideó para ellos un nuevo mal: Hefesto, dios del fuego, famoso por sus habilidades, formaría la estatua de una hermosa doncella. La propia Atenea que, celosa de Prometeo, se había trocado en su enemiga, echó sobre la imagen una vestidura blanca y reluciente, le aplicó sobre el rostro un velo que la virgen mantenía separado con las manos, la coronó de frescas flores y la ciñó el talle con un cinturón de oro, artística obra que Hefesto ofrendara también a su padre, adornada maravillosamente con policromas figuras de animales. Hermes, el mensajero de los dioses, otorgaría el habla a la bella imagen, y Afrodita le daría todo su encanto amoroso. De este modo Zeus, bajo la apariencia de un bien, había creado un engañoso mal, al que llamó Pandora, es decir, la omnidotada; pues cada uno de los Inmortales había conferido a la doncella algún nefasto obsequio para los hombres. Condujo entonces a la virgen a la Tierra, donde los mortales vagaban mezclados con los dioses, y unos y otros se pasmaron ante la figura incomparable. Pero ella se dirigió hacia Epimeteo, el ingenio hermano de Prometeo (1), llevándole el regalo de Zeus. En vano aquél había advertido a su hermano que nunca aceptase un obsequio venido del olímpico Zeus, para no ocasionar con ello un daño a los hombres; debía rechazarlo inmediatamente. Epimeteo se olvido de aquellas palabras, acogió gozoso a la hermosa doncella y no se dio cuenta del mal hasta que ya lo tuvo. Pues hasta entonces las familias de los hombres, aconsejadas por su hermano, habían vivido libres del mal, no sujetos a un trabajo gravoso, exentos de la torturante enfermedad. Pero la mujer llevaba en las manos su regalo, una gran caja provista de una tapadera. Apenas llegada junto a Epimeteo abrió la tapa y en seguida volaron del recipiente innumerables males que se desparramaron por la Tierra con la velocidad del rayo. Oculto en el fondo de la caja hahia un único bien: la esperanza; pero, siguiendo el consejo del padre de los dioses, Pandora dejó caer la cubierta antes de que aquélla pudiera echar a volar, encerrándola para siempre en el arca. Entretanto, la desgracia llenaba, bajo todas las formas, tierra, mar y aire. Las enfermedades se deslizaban día y noche por entre los humanos, solapadas y silenciosas, pues Zeus no les había dado la voz. Un tropel de fiebres sitiaba la Tierra, y la muerte, antes remisa en sorprender a los hombres, precipitó su paso.
Después, Zeus dirigió su venganza contra Prometeo. Entregó al culpable a Hefesto y sus criados, Cratos y Bia (la coerción y la violencia), quienes hubieron de arrastrarle a las soledades de Escitia, y allí, sobre un espantoso precipicio, encadenarle con cadenas indestructibles al muro de roca del Cáucaso. Hefesto cumplió con desgano el mandato de su padre, pues amaba en el hijo de los Titanes al consanguíneo descendiente de su abuelo Urano, a un vastago de los dioses de tan alta alcurnia como Zeus. Con palabras llenas de piedad y bajo los improperios de sus brutales servidores, mandó a estos a que efectuaran el cruel trabajo.
Y así hubo de permanecer Prometeo suspendido de la desolada peña, de pie, insomne, sin nunca poder doblar la cansada rodilla. «Exhalarás muchas inútiles quejas y suspiros —le díjo Hefesto—, pues la voluntad de Zeus es inexorable, y todos aquellos que llevan poco tiempo disfrutando de un poder usurpado son duros de corazón (2)». En realidad, el tormento del cautivo debía durar eternamente, o por lo menos treinta mil años. Aunque suspirando y quejándose a voces, aunque llamando, como testigos de su dolor, a los vientos y a los ríos, a las fuentes y a las olas del mar, a la madre Tierra y a los astros del Zodíaco que todo lo ven, su. ánimo no se doblegó. «Debe soportar la decisión del Destino —dijo— todo aquel que sabe comprender la fuerza invencible ce la necesidad». Tampoco se dejó mover por las amenazas de Zeus a descifrar la oscura profecía de que un nuevo lazo matrimonial (3) depararía al soberano de los dioses la perdición y la caída. Zeus cumplió su palabra: envió al prisionero un águila que, huésped diario, se nutría de su hígado, el cual, consumido, se regeneraba constantemente. Aquel tormento no habría de cesar hasta que se presentase un redentor que, aceptando voluntariamente la muerte, se aviniese en cierto modo a reemplazarle.
Finalmente llegó para el infeliz el día de la liberación. Después de haber permanecido por espacio de siglos suspendido de la roca y sufriendo torturas espantosas, acertó a pasar Hércules camino de las Hespérides y en busca de sus manzanas. Al ver colgando en el Cáucaso al nieto de los dioses y con la esperanza de poder aprovecharse de su buen consejo, se apiadó de su destino al ver cómo el águila, posada sobre las rodillas de Prometeo, devoraba el hígado del infeliz. Dejando entonces la maza y la piel de león, tendió su arco y disparó la flecha, ahuyentando al ave cruel de la entraña del atormentado. Acto seguido desató sus ligaduras y se alejó con el redimido. No obstante, para que se cumpliese la condición del rey de los dioses, puso en su lugar al centauro Quirón, quien se declaró presto a morir en aquel sitio, pues que antes era inmortal (3). Mas para que no quedase incumplida la sentencia de Zeus, que condenaba a Prometeo a permanecer desterrado en la roca durante un tiempo mucho más prolongado, tuvo éste que llevar en adelante un anillo de hierro en pie que, se encontraba una piedrecita arrancada de las peñas del Cáucaso. De este modo, Zeus pudo jactarse de continuar teniendo a su enemigo cautivo a la montaña.
*Los alumnos que hicieron la comprobación, son sólo 3, harán los puntos 3 y 5 de "Prometeo encadenado" y  1,4 y 5 de "Una libra de carne"-

lunes, 15 de junio de 2015

Ejercitación de Macroreglas de Coherencia Textual...

La escritura
El nuevo mundo del discurso autónomo

    La escritura ha transformado la conciencia humana más que cualquier otra invención particular. La escritura establece lo que ha llamado un discurso autónomo, ya que no puede ponerse en duda ni cuestionarse directamente, como el habla oral, porque el discurso escrito está separado de su autor.
    Las culturas orales conocen una especie de discurso autónomo en las fórmulas rituales fijas, así como en frases adivinatorias o profecías, en las cuales la persona misma que las enuncia se considera no la fuente sino sólo el conducto. El oráculo de Delfos no era responsable de sus profecías, pues las tenía por la voz de Dios. La escritura, y más aun la impresión, poseen algo de esta cualidad adivinatoria. Como el oráculo o el profeta, el libro transmite una enunciación de una fuente, aquel que realmente “dijo” o escribió el libro. El autor podría ser cuestionado sólo si fura posible comunicarse con él o ella, pero es imposible encontrar al escritor en un libro. No hay manera de objetar un texto directamente.

Platón, la escritura y las computadoras
    La mayoría de las personas se sorprenden al averiguar que, en esencia, las mismas objeciones comúnmente vertidas hoy en día contra las computadoras fueron dirigidas por Platón contra la escritura. La escritura, según Platón, es inhumana al pretender establecer fuera del pensamiento lo que en realidad sólo puede existir dentro de él. Es un objeto, un producto manufacturado. Lo mismo se dice de las computadoras. En segundo lugar, afirma Platón en su obra, la escritura destruye la memoria. Los que la utilicen se harán olvidadizos al depender de un recurso exterior. Hoy en día hay gente que cree que las calculadoras debilitan el pensamiento porque le quitan el trabajo que lo mantiene en forma. En tercer lugar, un texto escrito no produce respuestas. En cambio, si uno le pide a alguien que explique sus palabras, es posible obtener una explicación. En la crítica moderna de la computadora se hace la misma objeción. En cuarto lugar, Platón también imputa a la escritura el hecho de que la palabra escrita no puede defenderse como es capaz de hacerlo la palabra hablada natural. La escritura es pasiva, igual que las computadoras.

La escritura es una tecnología
    Platón consideraba a la escritura como una tecnología externa y ajena, lo mismo que muchas personas piensan hoy de la computadora. La escritura es una tecnología, que requiere de herramientas particulares, así como lo son la imprenta y la computadora. De las tres, la escritura es la más radical, inició lo que la imprenta y la computadora  continúan: la reducción del sonido dinámico al espacio inmóvil.
    Por el contraste con el habla natural, oral, la escritura es completamente artificial. No hay manera de escribir “naturalmente”. El habla oral es del lado natural para los seres humanos en el sentido de que, en toda cultura, el que no esté fisiológica o psicológicamente afectado aprende a hablar. Las reglas gramaticales se hallan en el inconsciente en el sentido de que es posible saber cómo aplicarlas e incluso cómo establecer otras nuevas aunque no se pueda explicar qué son.
    La escritura o grafía difiere como tal del habla en el sentido de que no surge inevitablemente del inconsciente. El proceso de poner por escrito una lengua hablada es regido por reglas ideadas conscientemente, definibles: por ejemplo, cierto pictograma representará una palabra específica dada, o “a” representará un sonido.

                                         Walter J. Ong, Oralidad y escritura Bs. As. FCE.1993

1.- Considerando al autor, al escritor y al lector, ¿qué quiere decir que la escritura establece un discurso autónomo?
2.- Explicar cuál es la postura de Platón respecto de la escritura y con qué situación de la actualidad la compara el autor del texto.
3.- W. Ong  afirma que la escritura es una tecnología. ¿Con cuáles la compara? ¿Qué diferencia encuentra?
4.- Diagramar un cuadro comparativo, enumerando las diferencias entre la escritura y el habla.
5.- Escribir un resumen del texto. Recordar: debe considerarse la información más importante, suprimir lo accesorio (ejemplos, reformulaciones, etc.)


lunes, 8 de junio de 2015

"El Sur" de Jorge Luis Borges

El sur  de Jorge Luis Borges
El hombre que desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la Iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente argentino. Su abuelo materno había sido aquel Francisco Flores, del 2 de infantería de línea, que murió en la frontera de Buenos Aires, lanceado por indios de Catriel: en la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre germánica) eligió el de ese antepasado romántico, o de muerte romántica. Un estuche con el daguerrotipo de un hombre inexpresivo y barbado, una vieja espada, la dicha y el coraje de ciertas músicas, el hábito de estrofas del Martín Fierro, los años, el desgano y la soledad, fomentaron ese criollismo algo voluntario, pero nunca ostentoso. A costa de algunas privaciones, Dahlmann había logrado salvar el casco de una estancia en el Sur, que fue de los Flores: una de las costumbres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna vez fue carmesí. Las tareas y acaso la indolencia lo retenían en la ciudad. Verano tras verano se contentaba con la idea abstracta de posesión y con la certidumbre de que su casa estaba esperándolo, en un sitio preciso de la llanura. En los últimos días de febrero de 1939, algo le aconteció.
Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones. Dahlmann había conseguido, esa tarde, un ejemplar descabalado de Las Mil y Una Noches de Weil; ávido de examinar ese hallazgo, no esperó que bajara el ascensor y subió con apuro las escaleras; algo en la oscuridad le rozó la frente, ¿un murciélago, un pájaro? En la cara de la mujer que le abrió la puerta vio grabado el horror, y la mano que se pasó por la frente salió roja de sangre. La arista de un batiente recién pintado que alguien se olvidó de cerrar le habría hecho esa herida. Dahlmann logró dormir, pero a la madrugada estaba despierto y desde aquella hora el sabor de todas las cosas fue atroz. La fiebre lo gastó y las ilustraciones de Las Mil y Una Noches sirvieron para decorar pasadillas. Amigos y parientes lo visitaban y con exagerada sonrisa le repetían que lo hallaban muy bien. Dahlmann los oía con una especie de débil estupor y le maravillaba que no supieran que estaba en el infierno. Ocho días pasaron, como ocho siglos. Una tarde, el médico habitual se presentó con un médico nuevo y lo condujeron a un sanatorio de la calle Ecuador, porque era indispensable sacarle una radiografía. Dahlmann, en el coche de plaza que los llevó, pensó que en una habitación que no fuera la suya podría, al fin, dormir. Se sintió feliz y conversador; en cuanto llegó, lo desvistieron; le raparon la cabeza, lo sujetaron con metales a una camilla, lo iluminaron hasta la ceguera y el vértigo, lo auscultaron y un hombre enmascarado le clavó una aguja en el brazo. Se despertó con náuseas, vendado, en una celda que tenía algo de pozo y, en los días y noches que siguieron a la operación pudo entender que apenas había estado, hasta entonces, en un arrabal del infierno. El hielo no dejaba en su boca el menor rastro de frescura. En esos días, Dahlmann minuciosamente se odió; odió su identidad, sus necesidades corporales, su humillación, la barba que le erizaba la cara. Sufrió con estoicismo las curaciones, que eran muy dolorosas, pero cuando el cirujano le dijo que había estado a punto de morir de una septicemia, Dahlmann se echó a llorar, condolido de su destino. Las miserias físicas y la incesante previsión de las malas noches no le habían dejado pensar en algo tan abstracto como la muerte. Otro día, el cirujano le dijo que estaba reponiéndose y que, muy pronto, podría ir a convalecer a la estancia. Increíblemente, el día prometido llegó.
A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos; Dahlmann había llegado al sanatorio en un coche de plaza y ahora un coche de plaza lo llevaba a Constitución. La primera frescura del otoño, después de la opresión del verano, era como un símbolo natural de su destino rescatado de la muerte y la fiebre. La ciudad, a las siete de la mañana, no había perdido ese aire de casa vieja que le infunde la noche; las calles eran como largos zaguanes, las plazas como patios. Dahlmann la reconocía con felicidad y con un principio de vértigo; unos segundos antes de que las registraran sus ojos, recordaba las esquinas, las carteleras, las modestas diferencias de Buenos Aires. En la luz amarilla del nuevo día, todas las cosas regresaban a él.

Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguo y más firme. Desde el coche buscaba entre la nueva edificación, la ventana de rejas, el llamador, el arco de la puerta, el zaguán, el íntimo patio.
En el hall de la estación advirtió que faltaban treinta minutos. Recordó bruscamente que en un café de la calle Brasil (a pocos metros de la casa de Yrigoyen) había un enorme gato que se dejaba acariciar por la gente, como una divinidad desdeñosa. Entró. Ahí estaba el gato, dormido. Pidió una taza de café, la endulzó lentamente, la probó (ese placer le había sido vedado en la clínica) y pensó, mientras alisaba el negro pelaje, que aquel contacto era ilusorio y que estaban como separados por un cristal, porque el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante.
A lo largo del penúltimo andén el tren esperaba. Dahlmann recorrió los vagones y dio con uno casi vacío. Acomodó en la red la valija; cuando los coches arrancaron, la abrió y sacó, tras alguna vacilación, el primer tomo de Las Mil y Una Noches. Viajar con este libro, tan vinculado a la historia de su desdicha, era una afirmación de que esa desdicha había sido anulada y un desafío alegre y secreto a las frustradas fuerzas del mal.
A los lados del tren, la ciudad se desgarraba en suburbios; esta visión y luego la de jardines y quintas demoraron el principio de la lectura. La verdad es que Dahlmann leyó poco; la montaña de piedra imán y el genio que ha jurado matar a su bienhechor eran, quién lo niega, maravillosos, pero no mucho más que la mañana y que el hecho de ser. La felicidad lo distraía de Shahrazad y de sus milagros superfluos; Dahlmann cerraba el libro y se dejaba simplemente vivir.
El almuerzo (con el caldo servido en boles de metal reluciente, como en los ya remotos veraneos de la niñez) fue otro goce tranquilo y agradecido.
Mañana me despertaré en la estancia, pensaba, y era como si a un tiempo fuera dos hombres: el que avanzaba por el día otoñal y por la geografía de la patria, y el otro, encarcelado en un sanatorio y sujeto a metódicas servidumbres. Vio casas de ladrillo sin revocar, esquinadas y largas, infinitamente mirando pasar los trenes; vio jinetes en los terrosos caminos; vio zanjas y lagunas y hacienda; vio largas nubes luminosas que parecían de mármol, y todas estas cosas eran casuales, como sueños de la llanura. También creyó reconocer árboles y sembrados que no hubiera podido nombrar, porque su directo conocimiento de la campaña era harto inferior a su conocimiento nostálgico y literario.
Alguna vez durmió y en sus sueños estaba el ímpetu del tren. Ya el blanco sol intolerable de las doce del día era el sol amarillo que precede al anochecer y no tardaría en ser rojo. También el coche era distinto; no era el que fue en Constitución, al dejar el andén: la llanura y las horas lo habían atravesado y transfigurado. Afuera la móvil sombra del vagón se alargaba hacia el horizonte. No turbaban la tierra elemental ni poblaciones ni otros signos humanos. Todo era vasto, pero al mismo tiempo era íntimo y, de alguna manera, secreto. En el campo desaforado, a veces no había otra cosa que un toro. La soledad era perfecta y tal vez hostil, y Dahlmann pudo sospechar que viajaba al pasado y no sólo al Sur. De esa conjetura fantástica lo distrajo el inspector, que al ver su boleto, le advirtió que el tren no lo dejaría en la estación de siempre sino en otra, un poco anterior y apenas conocida por Dahlmann. (El hombre añadió una explicación que Dahlmann no trató de entender ni siquiera de oír, porque el mecanismo de los hechos no le importaba).
El tren laboriosamente se detuvo, casi en medio del campo. Del otro lado de las vías quedaba la estación, que era poco más que un andén con un cobertizo. Ningún vehículo tenían, pero el jefe opinó que tal vez pudiera conseguir uno en un comercio que le indicó a unas diez, doce, cuadras.
Dahlmann aceptó la caminata como una pequeña aventura. Ya se había hundido el sol, pero un esplendor final exaltaba la viva y silenciosa llanura, antes de que la borrara la noche. Menos para no fatigarse que para hacer durar esas cosas, Dahlmann caminaba despacio, aspirando con grave felicidad el olor del trébol.
El almacén, alguna vez, había sido punzó, pero los años habían mitigado para su bien ese color violento. Algo en su pobre arquitectura le recordó un grabado en acero, acaso de una vieja edición de Pablo y Virginia. Atados al palenque había unos caballos. Dahlmam, adentro, creyó reconocer al patrón; luego comprendió que lo había engañado su parecido con uno de los empleados del sanatorio. El hombre, oído el caso, dijo que le haría atar la jardinera; para agregar otro hecho a aquel día y para llenar ese tiempo, Dahlmann resolvió comer en el almacén.

En una mesa comían y bebían ruidosamente unos muchachones, en los que Dahlmann, al principio, no se fijó. En el suelo, apoyado en el mostrador, se acurrucaba, inmóvil como una cosa, un hombre muy viejo. Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia. Era oscuro, chico y reseco, y estaba como fuera del tiempo, en una eternidad. Dahlmann registró con satisfacción la vincha, el poncho de bayeta, el largo chiripá y la bota de potro y se dijo, rememorando inútiles discusiones con gente de los partidos del Norte o con entrerrianos, que gauchos de ésos ya no quedan más que en el Sur.
Dahlmann se acomodó junto a la ventana. La oscuridad fue quedándose con el campo, pero su olor y sus rumores aún le llegaban entre los barrotes de hierro. El patrón le trajo sardinas y después carne asada; Dahlmann las empujó con unos vasos de vino tinto. Ocioso, paladeaba el áspero sabor y dejaba errar la mirada por el local, ya un poco soñolienta. La lámpara de kerosén pendía de uno de los tirantes; los parroquianos de la otra mesa eran tres: dos parecían peones de chacra: otro, de rasgos achinados y torpes, bebía con el chambergo puesto. Dahlmann, de pronto, sintió un leve roce en la cara. Junto al vaso ordinario de vidrio turbio, sobre una de las rayas del mantel, había una bolita de miga. Eso era todo, pero alguien se la había tirado.
Los de la otra mesa parecían ajenos a él. Dalhman, perplejo, decidió que nada había ocurrido y abrió el volumen de Las Mil y Una Noches, como para tapar la realidad. Otra bolita lo alcanzó a los pocos minutos, y esta vez los peones se rieron. Dahlmann se dijo que no estaba asustado, pero que sería un disparate que él, un convaleciente, se dejara arrastrar por desconocidos a una pelea confusa. Resolvió salir; ya estaba de pie cuando el patrón se le acercó y lo exhortó con voz alarmada:
-Señor Dahlmann, no les haga caso a esos mozos, que están medio alegres.
Dahlmann no se extrañó de que el otro, ahora, lo conociera, pero sintió que estas palabras conciliadoras agravaban, de hecho, la situación. Antes, la provocación de los peones era a una cara accidental, casi a nadie; ahora iba contra él y contra su nombre y lo sabrían los vecinos. Dahlmann hizo a un lado al patrón, se enfrentó con los peones y les preguntó qué andaban buscando.
El compadrito de la cara achinada se paró, tambaleándose. A un paso de Juan Dahlmann, lo injurió a gritos, como si estuviera muy lejos. Jugaba a exagerar su borrachera y esa exageración era otra ferocidad y una burla. Entre malas palabras y obscenidades, tiró al aire un largo cuchillo, lo siguió con los ojos, lo barajó e invitó a Dahlmann a pelear. El patrón objetó con trémula voz que Dahlmann estaba desarmado. En ese punto, algo imprevisible ocurrió.
Desde un rincón el viejo gaucho estático, en el que Dahlmann vio una cifra del Sur (del Sur que era suyo), le tiró una daga desnuda que vino a caer a sus pies. Era como si el Sur hubiera resuelto que Dahlmann aceptara el duelo. Dahlmann se inclinó a recoger la daga y sintió dos cosas. La primera, que ese acto casi instintivo lo comprometía a pelear. La segunda, que el arma, en su mano torpe, no serviría para defenderlo, sino para justificar que lo mataran. Alguna vez había jugado con un puñal, como todos los hombres, pero su esgrima no pasaba de una noción de que los golpes deben ir hacia arriba y con el filo para adentro. No hubieran permitido en el sanatorio que me pasaran estas cosas, pensó.
-Vamos saliendo- dijo el otro.
Salieron, y si en Dahlmann no había esperanza, tampoco había temor. Sintió, al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado.

Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura.

domingo, 7 de junio de 2015

¡!!!!!!MÁS EJERCICIOS DE COHERENCIA PARA SEGUIR PRACTICANDO ¡!!!!

1.-Explica ahora los mecanismos de cohesión que aparecen en los siguientes ejemplos:
-Diego estudia matemáticas. Las matemáticas son su asignatura preferida.-Beatriz tenía un gran enfado. Su enojo no la dejaba ni respirar.-
Dos obreros de la construcción que trabajaban en un andamio, sufrieron un accidente al caerse de él. Esto ocurrió ayer.
-Siguió el hilo de sangre en sentido contrario y, en busca de su origen, atravesó el granero, pasó por el corredor de las begonias.
2.- Realiza los siguientes ejercicios de simplificación: Se trata de reducir todas las oraciones simples a una compleja sin ninguna repetición y que incluya todos los datos o informaciones que aportan aquellas: 
A) —Juan es mi amigo. —Mi amigo tiene una bicicleta. —La bicicleta de Juan tiene muchas marchas. —Juan practica media hora de ciclismo diariamente. 
B)  —Mi compañera de delante tiene el pelo rubio. —Mi compañera tiene ojos azules. —Mi compañera lleva gafas. —Las gafas de mi compañera no le dejan mostrar su hermosa mirada. 
C) —La hija de mi hermano Raúl es mi sobrina Sofía. —Sofía es mi sobrina preferida. —Mi sobrina preferida es esbelta y simpática. — hermano está muy orgulloso de Sofía. 
D)  —Miguel tiene un camión. —Miguel transporta frutas a Francia. —El camión de Miguel es muy grande.. —Miguel es un experto conductor. —Miguel es un hábil comerciante. —Miguel viaja cada semana para vender frutas a Francia. 
E)  —Carmen Rico Godoy es periodista. —Carmen Rico Godoy escribió “Cómo ser mujer y no morir en el intento”. —Ana Belén dirigió, la película “Cómo ser mujer y no morir en el intento”. —Ana. Belén es una excelente cantante. —Carmen Maura era la protagonista de “Cómo ser mujer y no morir en el intento”. —Antonio Resines es el protagonista masculino de “Cómo ser mujer y no morir en el intento”. 
3.- Rodeen los conectores que aparecen en el siguiente texto. Luego, clasifíquenlos según el tipo.

“Antes de comenzar el año pensaba que quinto era el grado más difícil de la primaria, sin embargo no me resultó muy diferente a cuarto. Mientras transcurría me di cuenta de que los contenidos se iban complejizando, pero como el libro de texto tiene una secuencia bien dosificada y es ameno, no me generó mayores dificultades. Por todo esto, lo único que espero ahora es que no se complique sexto”.

3.- En este ejercicio hay dos opciones para usar los conectores. No debes repetirlos en los pares de ejercicios y podrás observar los efectos significativos en el mensaje.

1) Buscamos el libro en todos los estantes……. …no pudimos encontrarlo …………..la biblioteca de su casa tenía un desorden total. ……….., los libros estaban en doble fila y además se acumulaban diarios, revistas y fotocopias………, decidimos consultar la obra en la escuela. /
2) No pudimos encontrar el libro, ………….que lo buscamos en todos los estantes…………., la biblioteca de su casa tenía un desorden total, ………los libros estaban en doble fila y también se acumulaban diarios, revistas y fotocopias,…………….decidimos consultar la obra en la escuela.

1) El trámite rápido para obtener el DNI está funcionando bien, ……..el documento nuevo se recibe en una semana.…………………, el interesado debe presentarse a solicitarlo en los centros indicados. …….., sus datos personales son procesados en equipos computarizados…………..., se incluye una fotografía y la toma de huellas en forma digital.  ………………, el titular del DNI recibe el documento en su domicilio. /
2) Como el trámite rápido para obtener el DNI está funcionando bien, el documento nuevo se recibe en una semana……………………., el interesado debe presentarse a solicitarlo en los centros indicados…………………..., sus datos personales son procesados en equipos computarizados y, …………..., se incluye una fotografía y la toma de huellas en forma digital…………………, el titular del DNI recibe el documento en su domicilioral causal consecutivo adversativo

Integrador 1° Parte

 Alumnos : este es el primer trabajo integrador que voy a presentar. El objetivo de este instrumento es poder integrar contenidos que vimos...